¿Traducción imposible?

     Quienes disfrutamos de la afición, el interés o la pasión por la poesía, nos alimentamos habitualmente de poemas escritos en nuestra lengua materna. Pero también nos nutrimos de los creados en otros idiomas. Y en este caso, nos preguntamos con frecuencia hasta qué punto un poema traducido mantiene fielmente la intención íntima, la esencia del mensaje y el hondo impacto que plasmó el autor al crearlo en su propia lengua.

      Ante esa duda, quienes además somos ajenos al mundo de la traducción solemos acudir a una salida fácil. La idea común de que traducir se reduce a “trasladar, llevar” un contenido de una lengua a otra mediante una tarea casi lineal, directa y sencilla.

      Pero en nuestro simplismo, olvidamos aspectos sustanciales y muy complejos que debiéramos considerar. El más importante, la naturaleza activa de cada lengua y su papel decisivo como factor constituyente de cada individuo. Todos los seres humanos nacemos, crecemos, interactuamos, aprendemos, evolucionamos, vivimos, vemos el mundo y miramos dentro de nosotros mismos, a través de esa malla organizada que es la propia lengua materna. Y lo hacemos de tal modo que cada persona es también su propia lengua y el uso que hace de ella. La lengua materna nos constituye.

     En consecuencia, evitemos los simplismos. Toda traducción, en cualquier ámbito, es siempre un reto complejo. Pasar un contenido de una lengua a otra, es una tarea intrincada, plagada de muchas más dificultades y trampas de las que creemos comúnmente. Bien  pensado, una traducción es más que una simple traslación literal. Porque traducir es siempre interpretar. Y la clave está en desvelar el sentido del mensaje, su sustancia. Por esto, el tránsito de una lengua a otra implica mucho más que la simple atención a las palabras. En ese trasvase, lo verdaderamente definitivo es preservar algo tan sutil como la intencionalidad del texto, su espíritu, su esencia comunicativa.

      Bajo esta luz, nuestra duda inicial adquiere un sesgo diferente. ¿Es posible traducir poemas? ¿Se puede trasladar de una lengua a otra ese pálpito hondo y personal en que la poesía consiste?

      Como respuesta a estas preguntas, hay quienes afirman que la poesía es intraducible porque cada poema es y contiene algo etéreo, muy difícil de captar por el lenguaje humano e imposible de trasladar de una lengua a otra. En consecuencia, defienden que el lenguaje poético es un campo absolutamente cerrado para la traducción.

     En el extremo opuesto, se alinean quienes afirman que la traducción poética es un camino abierto donde el traductor tiene carta blanca sobre el poema para trasladarlo a la lengua de llegada. Y no sólo defienden que la traducción de poemas es posible. Le conceden completa libertad de acción sobre el texto literal y sobre su contenido intencional.

      Ante ambos extremos, para responder a la pregunta clave de si es posible – o no – traducir poesía, habrá que huir de esos maximalismos y analizar qué dificultades concretas plantea la traducción poética en razón de cómo es el lenguaje poético y con qué  elementos se construyen los poemas.

    En todas las lenguas, la expresión poética es muy distinta de la convencional y común de sus hablantes. El lenguaje poético no busca expresar lo inmediato, sino evocar lo inefable. Así, lejos del uso directo y habitual de la lengua, la creación poética se basa en el valor simbólico de las palabras, en la combinación polisémica, en la figuración imaginativa, en el juego sin fin entre las palabras y sus significados. La expresión poética se alimenta de la potencia simbólica de cada lengua y se apoya en recursos expresivos, métricos y literarios, que le son particularmente propios.

     Y la poesía se concreta en poemas donde se mezcla la musicalidad expresiva con la expresión imaginativa y la carga simbólica, al servicio de la vibración íntima del autor. En el poema se hace accesible la hondura del poeta, que utiliza y elige para ello los recursos que su lengua le ofrece. En el pasado, todos los poemas eran estróficos y se creaban sujetos a métrica, rima y ritmo. Hoy día se han ampliado los márgenes y, junto a poemas sujetos a dichos cánones, son muy frecuentes otras composiciones liberadas de esas limitaciones formales y construidas en verso libre.

      Llegados aquí, nos vuelve la pregunta de si es posible traducir poemas. Y siendo un hecho evidente que la traducción de poemas existe, la cuestión apunta ahora al grado de dificultad de esa tarea, a qué obstáculos se presentan y a cuál es el papel del traductor.

       En principio, es lógico observar que la traducción poética se enmarca en el esquema general de todo proceso traductor. Pero en nuestro caso, lo cierto es que resulta particularmente complicado trasladar el poema de forma que, manteniendo con fidelidad su esencia íntima, siga provocando en su nueva lengua esa conmoción interior en que la poesía consiste. Así pues, si toda traducción es interpretación, esta función interpretativa es aún más importante y decisiva en la traducción de poemas desde su lengua original hasta la lengua de llegada. Por tanto, si toda traducción plantea problemas difíciles de resolver, en caso de traducir textos poéticos, el proceso se vuelve particularmente duro.

      Para señalar, siquiera brevemente, los impedimentos, problemas o dificultades de ese proceso, me parece importante subrayar que en la práctica no existe “la poesía”, sino “los poemas”. Mejor dicho, cada poema. Y como vehículos, cada una de las dos lenguas concretas – de partida y de llegada – con sus particulares paralelismos y con sus rigideces o incapacidades específicas para traducirse la una en la otra.

     Lógicamente, en la traducción de cualquier poema hay elementos más traducibles que otros. Pero todos ellos deben considerarse en el proceso.

      Los efectos fonéticos, vinculados a recursos tales como la métrica, la cadencia sonora, el ritmo, la rima,… son intraducibles porque es imposible transferirlos de una lengua a otra. Por otra parte, las imágenes, las proyecciones imaginativas del lenguaje, son más fácilmente traducibles y puede hacerse casi de forma directa. Por último, todos los elementos del poema basados en el uso indirecto del lenguaje, plantean fuertes resistencias para su traducción y apenas dejan margen de maniobra, salvo que se proceda mediante paráfrasis que evidentemente alejan el contenido y la intención básica original.

      Sin embargo, la principal dificultad de la traducción poética es la comprensión completa y honda del poema hasta sus detalles más íntimos, sin olvidar la fuerte unidad que existe entre la forma y el fondo del texto. Y dado que traducir un poema tiene mucho de recreación (re-crear), el resultado final queda sujeto completamente al dominio lingüístico del traductor, a su sensibilidad, a su cultura literaria, y a su exigencia de perfección al construir su propia versión del poema en la lengua de llegada. De todos modos, los apasionados por la poesía agradecemos profundamente que alguien nos ponga al alcance poemas, sentimientos, ideas y pálpitos que sin su traducción nos serían ajenos para siempre.

Miguel González Martos 

     Quienes disfrutamos de la afición, el interés o la pasión por la poesía, nos alimentamos habitualmente de poemas escritos en nuestra lengua materna. Pero también nos nutrimos de los creados en otros idiomas. Y en este caso, nos preguntamos con frecuencia hasta qué punto un poema traducido mantiene fielmente la intención íntima, la esencia del mensaje y el hondo impacto que plasmó el autor al crearlo en su propia lengua.

      Ante esa duda, quienes además somos ajenos al mundo de la traducción solemos acudir a una salida fácil. La idea común de que traducir se reduce a “trasladar, llevar” un contenido de una lengua a otra mediante una tarea casi lineal, directa y sencilla.

      Pero en nuestro simplismo, olvidamos aspectos sustanciales y muy complejos que debiéramos considerar. El más importante, la naturaleza activa de cada lengua y su papel decisivo como factor constituyente de cada individuo. Todos los seres humanos nacemos, crecemos, interactuamos, aprendemos, evolucionamos, vivimos, vemos el mundo y miramos dentro de nosotros mismos, a través de esa malla organizada que es la propia lengua materna. Y lo hacemos de tal modo que cada persona es también su propia lengua y el uso que hace de ella. La lengua materna nos constituye.

     En consecuencia, evitemos los simplismos. Toda traducción, en cualquier ámbito, es siempre un reto complejo. Pasar un contenido de una lengua a otra, es una tarea intrincada, plagada de muchas más dificultades y trampas de las que creemos comúnmente. Bien  pensado, una traducción es más que una simple traslación literal. Porque traducir es siempre interpretar. Y la clave está en desvelar el sentido del mensaje, su sustancia. Por esto, el tránsito de una lengua a otra implica mucho más que la simple atención a las palabras. En ese trasvase, lo verdaderamente definitivo es preservar algo tan sutil como la intencionalidad del texto, su espíritu, su esencia comunicativa.

      Bajo esta luz, nuestra duda inicial adquiere un sesgo diferente. ¿Es posible traducir poemas? ¿Se puede trasladar de una lengua a otra ese pálpito hondo y personal en que la poesía consiste?

      Como respuesta a estas preguntas, hay quienes afirman que la poesía es intraducible porque cada poema es y contiene algo etéreo, muy difícil de captar por el lenguaje humano e imposible de trasladar de una lengua a otra. En consecuencia, defienden que el lenguaje poético es un campo absolutamente cerrado para la traducción.

     En el extremo opuesto, se alinean quienes afirman que la traducción poética es un camino abierto donde el traductor tiene carta blanca sobre el poema para trasladarlo a la lengua de llegada. Y no sólo defienden que la traducción de poemas es posible. Le conceden completa libertad de acción sobre el texto literal y sobre su contenido intencional.

      Ante ambos extremos, para responder a la pregunta clave de si es posible – o no – traducir poesía, habrá que huir de esos maximalismos y analizar qué dificultades concretas plantea la traducción poética en razón de cómo es el lenguaje poético y con qué  elementos se construyen los poemas.

    En todas las lenguas, la expresión poética es muy distinta de la convencional y común de sus hablantes. El lenguaje poético no busca expresar lo inmediato, sino evocar lo inefable. Así, lejos del uso directo y habitual de la lengua, la creación poética se basa en el valor simbólico de las palabras, en la combinación polisémica, en la figuración imaginativa, en el juego sin fin entre las palabras y sus significados. La expresión poética se alimenta de la potencia simbólica de cada lengua y se apoya en recursos expresivos, métricos y literarios, que le son particularmente propios.

     Y la poesía se concreta en poemas donde se mezcla la musicalidad expresiva con la expresión imaginativa y la carga simbólica, al servicio de la vibración íntima del autor. En el poema se hace accesible la hondura del poeta, que utiliza y elige para ello los recursos que su lengua le ofrece. En el pasado, todos los poemas eran estróficos y se creaban sujetos a métrica, rima y ritmo. Hoy día se han ampliado los márgenes y, junto a poemas sujetos a dichos cánones, son muy frecuentes otras composiciones liberadas de esas limitaciones formales y construidas en verso libre.

      Llegados aquí, nos vuelve la pregunta de si es posible traducir poemas. Y siendo un hecho evidente que la traducción de poemas existe, la cuestión apunta ahora al grado de dificultad de esa tarea, a qué obstáculos se presentan y a cuál es el papel del traductor.

       En principio, es lógico observar que la traducción poética se enmarca en el esquema general de todo proceso traductor. Pero en nuestro caso, lo cierto es que resulta particularmente complicado trasladar el poema de forma que, manteniendo con fidelidad su esencia íntima, siga provocando en su nueva lengua esa conmoción interior en que la poesía consiste. Así pues, si toda traducción es interpretación, esta función interpretativa es aún más importante y decisiva en la traducción de poemas desde su lengua original hasta la lengua de llegada. Por tanto, si toda traducción plantea problemas difíciles de resolver, en caso de traducir textos poéticos, el proceso se vuelve particularmente duro.

      Para señalar, siquiera brevemente, los impedimentos, problemas o dificultades de ese proceso, me parece importante subrayar que en la práctica no existe “la poesía”, sino “los poemas”. Mejor dicho, cada poema. Y como vehículos, cada una de las dos lenguas concretas – de partida y de llegada – con sus particulares paralelismos y con sus rigideces o incapacidades específicas para traducirse la una en la otra.

     Lógicamente, en la traducción de cualquier poema hay elementos más traducibles que otros. Pero todos ellos deben considerarse en el proceso.

      Los efectos fonéticos, vinculados a recursos tales como la métrica, la cadencia sonora, el ritmo, la rima,… son intraducibles porque es imposible transferirlos de una lengua a otra. Por otra parte, las imágenes, las proyecciones imaginativas del lenguaje, son más fácilmente traducibles y puede hacerse casi de forma directa. Por último, todos los elementos del poema basados en el uso indirecto del lenguaje, plantean fuertes resistencias para su traducción y apenas dejan margen de maniobra, salvo que se proceda mediante paráfrasis que evidentemente alejan el contenido y la intención básica original.

      Sin embargo, la principal dificultad de la traducción poética es la comprensión completa y honda del poema hasta sus detalles más íntimos, sin olvidar la fuerte unidad que existe entre la forma y el fondo del texto. Y dado que traducir un poema tiene mucho de recreación (re-crear), el resultado final queda sujeto completamente al dominio lingüístico del traductor, a su sensibilidad, a su cultura literaria, y a su exigencia de perfección al construir su propia versión del poema en la lengua de llegada. De todos modos, los apasionados por la poesía agradecemos profundamente que alguien nos ponga al alcance poemas, sentimientos, ideas y pálpitos que sin su traducción nos serían ajenos para siempre.

Miguel González Martos 

Librerías

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Miguel  González  Martos  (Granada, 1951)

Realiza estudios de Filosofía y Teología. Diplomado en Magisterio y Licenciado en Ciencias de la Educación (Pedagogía). Máster en Enriquecimiento Cognitivo. Máster en Inserción Sociolaboral.Maestro en varios centros de Educación Pública en Granada. Trabaja en la Coordinación Provincial de Educación Compensatoria. Coordinador Municipal del Plan Norte contra la pobreza y la exclusión. Gerente Provincial del Plan de Barriadas de Actuación Preferente. Concejal socialista en el Ayuntamiento de Granada.

Ha publicado cuatro poemarios:

  • Alas de arena (2010)
  • De peatones y náufragos (2014)
  • Cuadernos de Bitácora (2017)
  • Agua entre los dedos (2018)

Tenemos el placer de empezar el ciclo con Don Miguel González Martos. Persona de vitalidad inquebrable y sensibilidad envidiable. ¡Muchas gracias Miguel por tu gran aportación! 

El equipo de ABZ

Miguel González Martos
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